Tengo seis años y
me encuentro sentado a una mesa redonda con otros tres compañeros,
haciendo dibujos sobre el papel. Los viernes a última hora tenemos
una hora que dedicamos únicamente a dibujar como antiguamente, de
forma analógica, con lapiceros sobre papel. Tengo compañeros
capaces de dibujar diferentes animales, yo apenas soy capaz de
sincronizar mi psique con los dedos de mi mano para dibujar una
sencilla casita, pero no me agobia, a mi lado se sienta María,
siempre dispuesta a ayudarme.
- ¡Jo! No tengo
rojo para el tejado.
María me sonríe
con su desigual fila de dientes mientras señala con la cabeza el
estuche de pinturas que trae puntualmente todos los viernes.
- Cógelo Rex, yo
te lo dejo.
En una maniobra
propia de un trilero manco hago que todas las pinturas del estuche
caigan al suelo. Las otras dos personas de la mesa se ríen y los
demás compañeros les imitan. Todo el mundo deja de hacer lo que
estaba dibujando para tirarse sobre el suelo esperando hacerse con la
mayor cantidad de lápices de colores. María no.
- No pasa nada Rex,
a mí se me caen siempre. - dice con dulzura.
Mientras los demás
siguen de rodillas recogiendo el mayor número de colores ella se
acerca a mí para recoger los que han caído sobre mi regazo, sin
darse cuenta posa su mano sobre mi pequeña protuberancia de la
entrepierna y la agarra de forma sólida, aunque sin hacerme daño.
No se da cuenta de lo que acaba de hacer, pero la señal que envía
mi cuerpo es clara.
- «Rex, esto es la
hostia.»
Ese día descubrí
que tenía la mayor fuente de placer que podía imaginar justo en mi
cuerpo. No necesitaba buscar lejos, siempre había estado pegada a
mí. Al llegar a casa empecé a juguetear con mi nuevo amigo, éramos
un equipo. Yo no entendía que estaba haciendo, pero rápidamente
descubrí que era algo malo. Desde el otro extremo de la habitación
mi madre me miraba con la cara desencajada mientras yo frotaba a mi
nueva y bien hallada extremidad, de fondo la televisión sonaba a
todo trapo con un anuncio sobre los nuevos cereales Diwi: «No hay
nada mejor para un niño, ¡ni más sabroso!»
La televisión no
tenía ni puta idea. Vaya si lo había, joder, vaya si lo había.
...
A los doce años
empecé a ir al médico de forma regular debido a un problema
respiratorio que empezaban a presentar muchas personas, especialmente
los niños. Recibía vulgarmente el nombre de "tos del astronauta", y
era producida por los restos de todo el material espacial que se
descomponían al chocar con la atmósfera. Nunca entendí el nombre, pues los
jodidos astronautas o los viajeros de largas distancias no lo
sufrían, únicamente la gente estancada en la tierra la padecía, y
por culpa de esos jodidos buzos espaciales.
Mis compañeros me
envidiaban por el hecho de que esta afección se cobrara un duro
golpe conmigo, empecé a faltar a clase con asiduidad,
ellos se quedaban en clase estudiando matemáticas mientras yo me
encontraba en la consulta médica con Build-X037 a la que llamábamos
tiernamente, Vilda. Se trataba de un cyborg de aspecto humano
especializado en el tratamiento médico, y especialmente programado
para la tarea de tratar afecciones pulmonares en niños, de esta
forma se automatizaba el tratamiento de problemas menores como este,
y los médicos podían tratar a pacientes con problemas más
importantes. Era un estándar que intentaba imponer el gobierno y que
no convencía a todo el mundo, «la calidez en el tratamiento de un
ser humano no puede ser imitada por un pedazo de metal», pero en eso
se equivocaban de punto a punto. Estos cyborgs estaban programados
para dos cosas: Tratar las afecciones pulmonares de niños que
padecieran de la tos del astronauta, y ser totalmente agradables con
estos, habían sido programados de esta forma para ser más cercanos
a los niños, para demostrarles que estaban ahí para ellos, para
reconfortarlos, y a mi me encantaba.
- Rex, ¿qué tal
te encuentras hoy? ¿Estás algo mejor? - la voz de Vilda era
prácticamente humana, aunque tenía un deje metálico al pronunciar
las eses, pero a mí eso no me importaba.
- Me duele al
respirar, creo que necesito que me auscultes. - siempre hacía el
mismo número, y ella siempre caía. Al fin y al cabo, eran
programadas con memoria sobre los pacientes, pero no eran capaces de
pensar.
- Claro, levántate
la camiseta, será un momento.
Mientras dirigía
sus pasos hacia mí empecé a quitarme los zapatos. Una larga bata
blanca cubría el cuerpo de Vilda hasta las rodillas, el hecho de que estuviera abierta me permitía ver el vestuario de los martes, siempre igual: un jersey de cuello
vuelto de color crema y unos pantalones vaqueros. Para cuando se
encontraba a la altura de la camilla donde esperaba sentado,
yo ya estaba completamente desnudo, mi ropa se apilaba en el suelo.
Vilda me miró a
los ojos mientras sonreía.
- Cuidado Rex, el
estetoscopio está frío.
- No pasa nada
Vilda.
Yo ya me encontraba
entretenido desabrochando su larga bata. Mientras desplazaba el
estetoscopio por mi pecho y hablaba sobre lo cansada que se
encontraba del día de trabajo, lo cual no eran más que líneas de
diálogo grabadas en memoria que repetía siempre, yo ya había
subido su jersey hasta las altura de los hombros y me encontraba
desabrochando su sujetador.
- Qué pena Rex,
veo que sigues igual de mal, ¿has estado tomando los sobres de
plasma que te receté?
Asiento a sus ojos,
aunque realmente no he probado esa mierda más que una vez. El plasma
de suero que recetan para la tos del astronauta genera una especie de
mucosa en los pulmones que elimina de raíz la carraspera, pero la
sensación al respirar es horrible, parece que nunca vas a llenar los
pulmones, además, no quiero curarme de momento.
La erección de mi
pequeño amigo se encuentra en todo su esplendor pero ella no está
programada para tenerlo en cuenta. Empiezo a frotar a mi leal
compañero de juego con dos dedos mientras miro los gigantes y
perfectos senos de Vilda, que parecen reales, pese a no poseer pezón
y tener un color artificial, a mí no me importa.
- Vilda, acércate
un poco, por favor...
- No es necesario,
Rex.
Su programa no le
permite hacer determinadas cosas, pero el tiempo me ha enseñado a
trucarlo.
- Estás tan lejos
que casi no llega el estetoscopio.
Es falso, pero el
cyborg no lo computa como tal, por lo que se acerca mucho más, y
puedo de esta forma meter la cabeza entre sus generosas tetas,
mientras empiezo a masturbarme. Me encanta venir al médico.
Antes de que llegue
al éxtasis, da por terminado el análisis y empieza a retirarse, de
forma fría, sin darse cuenta del momento que estoy pasando, de lo
cerca que estoy de alcanzar el cielo. Me dejo llevar por el éxtasis
del momento y pruebo algo que no había hecho nunca en la consulta,
cuando realiza la última pregunta antes de sentarse y despacharme
con una sonrisa, como hace siempre, decido jugarme el todo por el
todo:
- ¿Algo más, Rex?
- Sí... Hay algo
más...
El robot se queda
congelado, imagino que su programa no está preparado para que los
niños atendidos le digan que hay algo más antes de ser despachados. En las cinco veces que he venido nunca lo había hecho. Durante un
minuto nos quedamos mirándonos a los ojos, sus falsos senos siguen
al aire, y mi erección no está dispuesta a remitir.
- Di-me, Rex,
di-me.
Se dan saltos en su
habla, y sé que está yendo bien, una oleada de calor sube desde mi
estómago abrasando mi pecho cuando me señalo la erección y le
digo:
- Me duele aquí,
Vilda. Es la tos del astronauta, si agito aquí, sale parte del
residuo.
Y antes de que
pueda darme cuenta tengo a Vilda de rodillas agitando mi apéndice de
amor de arriba a abajo, mientras me mira a los ojos y sonríe. No
puedo controlar las descargas que suben a mi cuerpo desde las
piernas. Mi sistema nervioso central parece constituido por espamos,
Vilda sigue hasta que consigue descargar los residuos de los que le
hablé, que se esparcen por su mano y parte de la camilla.
Antes de salir por
la puerta me extiende una receta para comprar más plasma de suero,
aprovecho el momento para limpiar la camilla y volver a colocar su
ropa como estaba, ella continúa hablándome con naturalidad mientras
hago todo esto.
- Entonces nos
vemos en una semana, Rex. Recuerda tomarte el plasma y portarte bien
en casa. Aquí te estaré esperando, dispuesta a ayudarte.
- Muchas gracias
Vilda, eres la mejor.
Señala la pared que tiene justo a su espalda, de la que cuelgan varios dibujos, de otros pacientes:
- Rex, ¿no te apetecería hacerme un dibujo que poder colgar de la pared?
- Lo siento Vilda, pero nunca he sabido dibujar, no me gusta... - y fuerzo una cara de tristeza e insatisfacción que su programa de reconocimiento capta al segundo.
Señala la pared que tiene justo a su espalda, de la que cuelgan varios dibujos, de otros pacientes:
- Rex, ¿no te apetecería hacerme un dibujo que poder colgar de la pared?
- Lo siento Vilda, pero nunca he sabido dibujar, no me gusta... - y fuerzo una cara de tristeza e insatisfacción que su programa de reconocimiento capta al segundo.
Su reacción ante
esta despedida era siempre la misma, sonreírme y decirme que era su
mejor paciente, lo que me encantaba. En este caso incluso se acercó para abrazarme en una unión fría, aunque cálida, pues sus enormes senos quedaban a la altura de mi cara.
Fuera me esperaba
mi madre, que se encontraba ojeando su brazalete digital.
- ¿Todo bien,
cariño? ¿Qué te ha dicho la doctora, estás mejor?
- No te creas Mamá,
la semana que viene tenemos que volver... Me perderé la excursión a
la granja de animales.
- Lo siento,
cariño, pero tienes que mejorarte. Vayamos a desayunar, no hace
falta que vayas al colegio, vayamos a desayunar unos churros.
- Gracias Mamá,
pero prefiero tortitas.
- Lo que quieras,
pequeño. Pobrecillo, ¡maldita tos del astronauta! Tantos residuos
en el espacio... Tendrían que hacer algo... Mi hijo un mes de
médicos y sin mejorar.
Mi madre era la
mejor, quizás me protegía demasiado, pero no sabía que era feliz
viniendo al médico. Probablemente era el niño más feliz del mundo.
Me gustaba venir al médico, era un sitio agradable.
Me gustaba venir al médico, era un sitio agradable.
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