lunes, 15 de febrero de 2016

Capítulo ?: Nunca he sabido dibujar

     Tengo seis años y me encuentro sentado a una mesa redonda con otros tres compañeros, haciendo dibujos sobre el papel. Los viernes a última hora tenemos una hora que dedicamos únicamente a dibujar como antiguamente, de forma analógica, con lapiceros sobre papel. Tengo compañeros capaces de dibujar diferentes animales, yo apenas soy capaz de sincronizar mi psique con los dedos de mi mano para dibujar una sencilla casita, pero no me agobia, a mi lado se sienta María, siempre dispuesta a ayudarme.

     - ¡Jo! No tengo rojo para el tejado.

     María me sonríe con su desigual fila de dientes mientras señala con la cabeza el estuche de pinturas que trae puntualmente todos los viernes.

     - Cógelo Rex, yo te lo dejo.

     En una maniobra propia de un trilero manco hago que todas las pinturas del estuche caigan al suelo. Las otras dos personas de la mesa se ríen y los demás compañeros les imitan. Todo el mundo deja de hacer lo que estaba dibujando para tirarse sobre el suelo esperando hacerse con la mayor cantidad de lápices de colores. María no.

     - No pasa nada Rex, a mí se me caen siempre. - dice con dulzura.

     Mientras los demás siguen de rodillas recogiendo el mayor número de colores ella se acerca a mí para recoger los que han caído sobre mi regazo, sin darse cuenta posa su mano sobre mi pequeña protuberancia de la entrepierna y la agarra de forma sólida, aunque sin hacerme daño. No se da cuenta de lo que acaba de hacer, pero la señal que envía mi cuerpo es clara.

     - «Rex, esto es la hostia.»


     Ese día descubrí que tenía la mayor fuente de placer que podía imaginar justo en mi cuerpo. No necesitaba buscar lejos, siempre había estado pegada a mí. Al llegar a casa empecé a juguetear con mi nuevo amigo, éramos un equipo. Yo no entendía que estaba haciendo, pero rápidamente descubrí que era algo malo. Desde el otro extremo de la habitación mi madre me miraba con la cara desencajada mientras yo frotaba a mi nueva y bien hallada extremidad, de fondo la televisión sonaba a todo trapo con un anuncio sobre los nuevos cereales Diwi: «No hay nada mejor para un niño, ¡ni más sabroso!»

     La televisión no tenía ni puta idea. Vaya si lo había, joder, vaya si lo había.

...

     A los doce años empecé a ir al médico de forma regular debido a un problema respiratorio que empezaban a presentar muchas personas, especialmente los niños. Recibía vulgarmente el nombre de "tos del astronauta", y era producida por los restos de todo el material espacial que se descomponían al chocar con la atmósfera. Nunca entendí el nombre, pues los jodidos astronautas o los viajeros de largas distancias no lo sufrían, únicamente la gente estancada en la tierra la padecía, y por culpa de esos jodidos buzos espaciales.

     Mis compañeros me envidiaban por el hecho de que esta afección se cobrara un duro golpe conmigo, empecé a faltar a clase con asiduidad, ellos se quedaban en clase estudiando matemáticas mientras yo me encontraba en la consulta médica con Build-X037 a la que llamábamos tiernamente, Vilda. Se trataba de un cyborg de aspecto humano especializado en el tratamiento médico, y especialmente programado para la tarea de tratar afecciones pulmonares en niños, de esta forma se automatizaba el tratamiento de problemas menores como este, y los médicos podían tratar a pacientes con problemas más importantes. Era un estándar que intentaba imponer el gobierno y que no convencía a todo el mundo, «la calidez en el tratamiento de un ser humano no puede ser imitada por un pedazo de metal», pero en eso se equivocaban de punto a punto. Estos cyborgs estaban programados para dos cosas: Tratar las afecciones pulmonares de niños que padecieran de la tos del astronauta, y ser totalmente agradables con estos, habían sido programados de esta forma para ser más cercanos a los niños, para demostrarles que estaban ahí para ellos, para reconfortarlos, y a mi me encantaba.

     - Rex, ¿qué tal te encuentras hoy? ¿Estás algo mejor? - la voz de Vilda era prácticamente humana, aunque tenía un deje metálico al pronunciar las eses, pero a mí eso no me importaba.

     - Me duele al respirar, creo que necesito que me auscultes. - siempre hacía el mismo número, y ella siempre caía. Al fin y al cabo, eran programadas con memoria sobre los pacientes, pero no eran capaces de pensar.

     - Claro, levántate la camiseta, será un momento.

     Mientras dirigía sus pasos hacia mí empecé a quitarme los zapatos. Una larga bata blanca cubría el cuerpo de Vilda hasta las rodillas, el hecho de que estuviera abierta me permitía ver el vestuario de los martes, siempre igual: un jersey de cuello vuelto de color crema y unos pantalones vaqueros. Para cuando se encontraba a la altura de la camilla donde esperaba sentado, yo ya estaba completamente desnudo, mi ropa se apilaba en el suelo.

     Vilda me miró a los ojos mientras sonreía.

     - Cuidado Rex, el estetoscopio está frío.

     - No pasa nada Vilda.

     Yo ya me encontraba entretenido desabrochando su larga bata. Mientras desplazaba el estetoscopio por mi pecho y hablaba sobre lo cansada que se encontraba del día de trabajo, lo cual no eran más que líneas de diálogo grabadas en memoria que repetía siempre, yo ya había subido su jersey hasta las altura de los hombros y me encontraba desabrochando su sujetador.

     - Qué pena Rex, veo que sigues igual de mal, ¿has estado tomando los sobres de plasma que te receté?

     Asiento a sus ojos, aunque realmente no he probado esa mierda más que una vez. El plasma de suero que recetan para la tos del astronauta genera una especie de mucosa en los pulmones que elimina de raíz la carraspera, pero la sensación al respirar es horrible, parece que nunca vas a llenar los pulmones, además, no quiero curarme de momento.

     La erección de mi pequeño amigo se encuentra en todo su esplendor pero ella no está programada para tenerlo en cuenta. Empiezo a frotar a mi leal compañero de juego con dos dedos mientras miro los gigantes y perfectos senos de Vilda, que parecen reales, pese a no poseer pezón y tener un color artificial, a mí no me importa.

     - Vilda, acércate un poco, por favor...

     - No es necesario, Rex.

     Su programa no le permite hacer determinadas cosas, pero el tiempo me ha enseñado a trucarlo.

     - Estás tan lejos que casi no llega el estetoscopio.

     Es falso, pero el cyborg no lo computa como tal, por lo que se acerca mucho más, y puedo de esta forma meter la cabeza entre sus generosas tetas, mientras empiezo a masturbarme. Me encanta venir al médico.

     Antes de que llegue al éxtasis, da por terminado el análisis y empieza a retirarse, de forma fría, sin darse cuenta del momento que estoy pasando, de lo cerca que estoy de alcanzar el cielo. Me dejo llevar por el éxtasis del momento y pruebo algo que no había hecho nunca en la consulta, cuando realiza la última pregunta antes de sentarse y despacharme con una sonrisa, como hace siempre, decido jugarme el todo por el todo:

     - ¿Algo más, Rex?

     - Sí... Hay algo más...

     El robot se queda congelado, imagino que su programa no está preparado para que los niños atendidos le digan que hay algo más antes de ser despachados. En las cinco veces que he venido nunca lo había hecho. Durante un minuto nos quedamos mirándonos a los ojos, sus falsos senos siguen al aire, y mi erección no está dispuesta a remitir.

     - Di-me, Rex, di-me.

     Se dan saltos en su habla, y sé que está yendo bien, una oleada de calor sube desde mi estómago abrasando mi pecho cuando me señalo la erección y le digo:

     - Me duele aquí, Vilda. Es la tos del astronauta, si agito aquí, sale parte del residuo.

     Y antes de que pueda darme cuenta tengo a Vilda de rodillas agitando mi apéndice de amor de arriba a abajo, mientras me mira a los ojos y sonríe. No puedo controlar las descargas que suben a mi cuerpo desde las piernas. Mi sistema nervioso central parece constituido por espamos, Vilda sigue hasta que consigue descargar los residuos de los que le hablé, que se esparcen por su mano y parte de la camilla.

     Antes de salir por la puerta me extiende una receta para comprar más plasma de suero, aprovecho el momento para limpiar la camilla y volver a colocar su ropa como estaba, ella continúa hablándome con naturalidad mientras hago todo esto.

     - Entonces nos vemos en una semana, Rex. Recuerda tomarte el plasma y portarte bien en casa. Aquí te estaré esperando, dispuesta a ayudarte.

     - Muchas gracias Vilda, eres la mejor.

     Señala la pared que tiene justo a su espalda, de la que cuelgan varios dibujos, de otros pacientes:

     - Rex, ¿no te apetecería hacerme un dibujo que poder colgar de la pared?

     - Lo siento Vilda, pero nunca he sabido dibujar, no me gusta... - y fuerzo una cara de tristeza e insatisfacción que su programa de reconocimiento capta al segundo.

     Su reacción ante esta despedida era siempre la misma, sonreírme y decirme que era su mejor paciente, lo que me encantaba. En este caso incluso se acercó para abrazarme en una unión fría, aunque cálida, pues sus enormes senos quedaban a la altura de mi cara.

     Fuera me esperaba mi madre, que se encontraba ojeando su brazalete digital.

     - ¿Todo bien, cariño? ¿Qué te ha dicho la doctora, estás mejor?

     - No te creas Mamá, la semana que viene tenemos que volver... Me perderé la excursión a la granja de animales.

     - Lo siento, cariño, pero tienes que mejorarte. Vayamos a desayunar, no hace falta que vayas al colegio, vayamos a desayunar unos churros.

     - Gracias Mamá, pero prefiero tortitas.

     - Lo que quieras, pequeño. Pobrecillo, ¡maldita tos del astronauta! Tantos residuos en el espacio... Tendrían que hacer algo... Mi hijo un mes de médicos y sin mejorar.


     Mi madre era la mejor, quizás me protegía demasiado, pero no sabía que era feliz viniendo al médico. Probablemente era el niño más feliz del mundo.


Me gustaba venir al médico, era un sitio agradable.

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