Me gusta la idea de la misión que
hemos de cumplir. Al parecer hace ya una buena cantidad de años se envió a una
galaxia lejana, a un planeta habitable que no albergaba mayores peligros que
roedores menores, a un científico de la federación y una bióloga, su misión era
la de iniciar la vida allí desde cero, la cosa sonaba bien, iban a pasar más
tiempo en la cama que en cualquier otro sitio. Una putada para la bióloga, por
eso de ser el útero y la vagina dispensadora de la nueva civilización, pasar a
estar siempre en periodo-embarazo, a la vieja usanza. Intentaban extirpar el
gen guerrero de la humanidad, intentar crear una civilización pacífica y
positiva desde la base… Yo creo que una civilización creada a partir del
incesto nunca puede llevar a nada bueno, pero nadie me ha pedido mi opinión.
Perdido el contacto, y pensando en la necesidad de enviar carne nueva que
ampliase la diversidad genética, se envió a un segundo grupo, más numeroso, al
mismo planeta. Esperaban repoblar más rápido y con mayor diversidad. Mantenían
el contacto unos días con Tierra, hasta que de nuevo, se perdían las
comunicaciones y no se sabía nada. El tercer viaje fue realizado por el
ejército, al planeta llegaron personas entrenadas y armadas, preparadas para la
amenaza. El objetivo era descubrir qué sucedía en este planeta paradisiaco para
que no prosperara el ser humano. Nada se supo entonces de las tropas enviadas.
Ahí quedó todo. El proyecto fue desechado hasta hoy. El cuarto viaje será el
último.Debemos averiguar qué sucede en este planeta. Yo lidero la misión, y sin
que nadie me lo pida, pienso sacrificarme por los míos, poblaré ese planeta con
mis vástagos, sólo necesito una mujer, sólo la necesito a ella.
Nos encontramos en las
dependencias de la federación Américo-Cosaca, la misión está a punto de dar
comienzo. La lanzadera está lista para catapultarnos al espacio, estamos
esperando a los dos miembros de la tripulación que faltan. Yo me encuentro a la
espera con la Teniente Chomelo, Francisca Chomelo, segunda de la misión. Llegó
esposada a las dependencias, y hasta el inicio de la misión, así se encuentra,
sentada a mi lado, totalmente esposada. Mató a su sargento en misión, está
condenada y fuera del cuerpo. No me lo pienso dos veces. Le toco un pecho. Me
da un cabezazo. Le planto un beso. Me muerde el labio. Sangro profusamente por
nariz y boca. Soy el payaso triste.
Llega un camión penitenciario del
que bajan los otros dos miembros que faltan de la misión: Fernando Méndez,
encerrado por estrangular a su mujer hasta provocarle la muerte, él se auspicia
en las prácticas de unas novelas que están de moda, en las que una oficinista
se deja hacer. Lectura para imbéciles y cretinos, de eso no cabe la menor duda.
Tras él se baja del vehículo un negro gigante, tiene las manos esposadas entre
sí, y estas a los pies, los pies a una argolla del suelo del furgón, un policía
lo sujeta por cada brazo, lleva una especie de collarín para no dar cabezazos.
Sólo el estómago de este tío debe ser de mis dimensiones, seguro que puede
digerirme entero.
Le informan de que soy su
superior, que debe respetarme. En señal de afecto me guiña un ojo mientras se humedece
los labios. No le doy demasiada importancia hasta que leo en su informe que
está condenado a la silla eléctrica por violación. Y no de mujeres. El último
hombre al que violó en las calles acabó con el estómago reventado. Que nosotros
seamos el equipo de expertos da qué pensar. Cualquiera diría que nos mandan a
nuestra suerte. Pero cada uno de nosotros lleva instalada una cámara en el ojo
derecho, en una lentilla transparente. Una serie de repetidores repartidos por
el espacio enviarán por vídeo todo lo que veamos, esto será analizado por la
Federación. Me siento seguro.
El representante de la Federación
nos soltó la última chapa antes de partir a enfrentar nuestro destino:
— Veo que ya están todos reunidos.
El nombre en clave de la misión es “Doble Rey”, por petición de Rex. Recuerden
que él es quien está al mando. Su misión, como se les informó, es la de
establecerse y sobrevivir en XI-004681, planeta perfecto para la preservación
del ser humano. Por medio de las cámaras que tienen instaladas, así como por
los medidores de sus trajes, podremos ver y entender en todo momento lo que ven
y lo que sienten. ¿Alguna pregunta?
— ¿Por qué nos comanda ese
imbécil?
Chomelo y yo no hemos empezado de
la mejor de las maneras.
— ¿Qué experiencia tiene en
batalla? He servido en más de una guerra intergaláctica, ¿puede asegurar él lo
mismo?
— No. Pero contamos con su ayuda,
como segunda al mando, para que la misión tenga éxito. Es una orden, ¿de
acuerdo, teniente?
— De acuerdo.
Un técnico nos explica detalles
sobre el planeta, así como algunas cosas sobre el funcionamiento de la nave.
Chomelo será la piloto, Méndez sabe de maquinaria, su misión es la de conseguir
reparar fallos menores de la sala de máquinas. Sondo, el gigante negro, habla
poco y parece tranquilo, lo suyo es la cocina. Curiosidad sobre su informe:
para protegerme, le han puesto un nanosensor en las gónadas. En el momento en
el que aproxime el miembro viril a un orificio con restos fecales, el
nanosensor se pondrá en funcionamiento, marchitando los testículos del gigante
negro. No creo que vaya a intentar hacer nada. Se está jugando la integridad de
sus pelotas. En serio.
Una vez pasada la cuenta atrás,
despegamos del suelo. Se iluminan gran cantidad de mandos, pilotos y luces en
el panel, Chomelo sabe lo que se hace. Al parecer debe enseñarme a manejar todo
esto, por si acaba pasándole algo, para preservar la misión, pero cruzamos unas
palabras al respecto:
— ¿Y cuál dices que es el botón
de “despeguemos el culo del suelo”? ¿Y esa palanca roja que hace? ¿Si quiero
encenderme un cigarrillo cuál es el encendedor?
— Déjame hacer mi trabajo,
imbécil. La palanca roja no debe tocarse nunca. La nave lleva equipado un rayo
desintegrador, se acciona con la palanca, pero debes ajustar los controles
manualmente… ¡Que te jodan! Si tanto te interesa, tienes un manual justo ahí. –
dice Chomelo señalando mi panel de segundo a bordo.
Me decido por levantar el libro
de su posición, hasta que soy consciente de las dimensiones del amigo. La
última página es la 2047. “Que se lo lea
su puta madre”, pienso. Pero no digo nada para que no me rompa la nariz.
— Rex, deja que Chomelita se
encargue, pues. Será mejor que no nos metamos con las mujeres de la misión. –
me recrimina Méndez.
Pluraliza, lo que me llama la
atención:
— ¿Mujeres? ¿Acaso eres…?
Fernando es nombre de tío, ¿no?
— ¡Ay, no joda, vale! ¡Hablo de
mi mujer! ¡Quién si no!
— ¿Tú mujer? ¿Cómo? ¿Qué? ¿Está
hecha de aire?
Recuerdo que en el informe decía
que la había matado con sus propias manos, estrangulándola.
— Algo parecido, patrón. Uno,
pues, la mató bien matada. Pero es que nuestro amor no tiene barreras, ¿sabe?
Está justo aquí, entre nosotros. Le agradece que me haya incluido en la misión,
compadre. Es usted un buen hombre, patrón. ¿Quiere que haga algo?
El cabrón está completamente
loco, quiero quitármelo de encima cuanto antes.
— Ve a la sala de máquinas y
ajusta todo bien… Que no haya nada suelto y eso, ya sabes. Cables y engranajes…
— ¡Ay patrón, qué chistoso!
¡Engranajes! ¡Krakrakrakra! – dice justo antes de irse.
Cuando ríe lo hace con ímpetu,
parece que se rompe algo en su interior, tiene una risa extraña. Risa de loco.
El planeta en cuestión está a
años luz de nuestra posición, por suerte para todos, mientras nos internamos en
la inmensidad del espacio, un equipo establecido en Plutón, ese pequeño pedazo
de roca, otrora planeta, analiza nuestro destino, buscando una posición exacta
de la envergadura de nuestra nave para que podamos teletransportarnos. Lo
jodido de los saltos en el espacio es pasar a ocupar una posición que ya
estuviera siendo ocupado por materia. Si tienes suerte, tras el salto pueden
faltarte unos pelos de la cabeza, o un pedazo de dedo. Pero en el peor de los
casos, pasarás a tener cuentas espaciales en el riñón. Y no creo que sea agradable
mear piedrecitas estelares. Nunca he realizado un salto espacial, tengo la piel
de gallina. Necesito echarme un pitillo.
Lo que me jode realmente de la
nave es no poder fumar donde quiera, hay únicamente un par de habitaciones
habilitadas para ello, y se encuentran algo retiradas de mi habitación.Decido
encenderme un pitillo, lo jodido es que no tengo mechero u holograma flamígero,
el único para tales propósitos se encuentra en el panel de control de la nave.
Hay otro en la cocina, pero lo descarto totalmente, no quiero coincidir con
Sondo. Le doy un par de vueltas a la cuestión, no aguanto el mono, decido
arriesgarme e ir a la cocina.
Me recibe la mole de músculos
azabache. Una cosa que no deja de sorprenderme es la capacidad que tiene para
apretar el entrecejo, no ha sonreído desde que subimos a la nave. Le miro a los
ojos.
— Hey, Sondo, ¿tienes fuego?
Se me cae el cigarrillo que tenía
en la boca, se estampa contra el suelo. El gorila me hace un barrido con la
pierna y caigo junto al cigarrillo. Me incorpora sobre las rodillas y se saca
el miembro viril, me lo pasa por la cara y me obliga a metérmelo en la boca. Me
caen lágrimas sin parar por ambos lados de la cara. Cuando termina me quedo
temblando en el suelo. Creo que no volveré a tomar leche nunca más. Mientras
sale de la cocina, me dice:
— Y mañana, más. Jefe.
…
Tras el salto, nos encontramos a
un día de viaje, los motores están a todo trapo, Fernando no puede separarse de
la sala de máquinas; a veces se escuchan gemidos desde allí. Cuando le pregunto
me dice que su mujer es latinoamericana, como él, que es fogosa, como él, que
no deja de tener ganas, como él, que está muy viva, como él. Yo pienso que es
una fantasma, como él. No me jodas.
Desde el salto espacial de ayer,
no he vuelto a ver al gigante negro, he decidido no coincidir con él por todos
los medios. La mandíbula me duele a rabiar, el cabrón debió dármela de sí o
algo. Cuando terminan de comer, me cuelo en el almacén o me preparo algo cuando
no está el gorila, desde ayer no he ido al baño, y saltándome todos los
protocolos de preservación alimenticia, racionamiento y esas mierdas, me he
comido todo lo que se ha puesto en mi camino. Mi estómago está a rebosar de
comida digerida, pugna por salir de mis tripas. Pero yo estoy haciendo tiempo.
Decido no ir al baño hasta que llega a mi habitación un mensaje de cocina: “Jefe. Hora de comer”.
Me presento en cocina, un sudor
frío se acumula en mi frente, siento arcadas y el aliento me huele a mierda.
Literalmente. Tras vaciar el contenido de mis intestinos en el baño, he
decidido enjuagarme la boca con un pequeño chupito de deposiciones y orines. He
vomitado un par de veces, pero confío en que hayan quedado restos en mi boca.
Una persona normal temería una infección. Yo, en la situación en la que me
encuentro, temo que este negro cabrón me haga tragarme las amígdalas.
— Muy bien, jefe. Muy bien. —
dice el jodido negro violador, mientras saca a relucir su anaconda. —. Abre la
boca…
Suena un mensaje por radiofonía
que se escucha en cada sala de la nave, cocina incluida: “Descendiendo al planeta. Estaremos allí en unas horas. Rex, deberías
estar aquí, memo”. De rodillas, humillado, no puedo reprimir una sonrisa
cuando Sondo procede a tocar mis labios con su miembro.
— Hijo de… — no acaba la frase.
Cae al suelo agarrándose la entrepierna.
— Jefe malo, eh, negro cabrón. —
digo orgulloso.
Le dejo retorciéndose mientras
salgo de la cocina con un refresco en la mano. Antes de tomar el primer trago
recuerdo lo que he tenido que hacer. Mejor me limpio la boca a conciencia
antes. Sí, he tenido que chupar una polla. Pero no me he sometido a ella. En mi
recuerdo permanecerá cada una de esas jodidas venas, pero he sabido ponerle fin.
Ni traumas, ni mierdas. He hecho lo que un hombre tenía que hacer, me he comido
la polla que me tocaba. Una y no más.
Soy más hombre que muchos,
pienso.
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