lunes, 8 de febrero de 2016

Capítulo 2: Más hombre que muchos

Me gusta la idea de la misión que hemos de cumplir. Al parecer hace ya una buena cantidad de años se envió a una galaxia lejana, a un planeta habitable que no albergaba mayores peligros que roedores menores, a un científico de la federación y una bióloga, su misión era la de iniciar la vida allí desde cero, la cosa sonaba bien, iban a pasar más tiempo en la cama que en cualquier otro sitio. Una putada para la bióloga, por eso de ser el útero y la vagina dispensadora de la nueva civilización, pasar a estar siempre en periodo-embarazo, a la vieja usanza. Intentaban extirpar el gen guerrero de la humanidad, intentar crear una civilización pacífica y positiva desde la base… Yo creo que una civilización creada a partir del incesto nunca puede llevar a nada bueno, pero nadie me ha pedido mi opinión. Perdido el contacto, y pensando en la necesidad de enviar carne nueva que ampliase la diversidad genética, se envió a un segundo grupo, más numeroso, al mismo planeta. Esperaban repoblar más rápido y con mayor diversidad. Mantenían el contacto unos días con Tierra, hasta que de nuevo, se perdían las comunicaciones y no se sabía nada. El tercer viaje fue realizado por el ejército, al planeta llegaron personas entrenadas y armadas, preparadas para la amenaza. El objetivo era descubrir qué sucedía en este planeta paradisiaco para que no prosperara el ser humano. Nada se supo entonces de las tropas enviadas. Ahí quedó todo. El proyecto fue desechado hasta hoy. El cuarto viaje será el último.Debemos averiguar qué sucede en este planeta. Yo lidero la misión, y sin que nadie me lo pida, pienso sacrificarme por los míos, poblaré ese planeta con mis vástagos, sólo necesito una mujer, sólo la necesito a ella.

Nos encontramos en las dependencias de la federación Américo-Cosaca, la misión está a punto de dar comienzo. La lanzadera está lista para catapultarnos al espacio, estamos esperando a los dos miembros de la tripulación que faltan. Yo me encuentro a la espera con la Teniente Chomelo, Francisca Chomelo, segunda de la misión. Llegó esposada a las dependencias, y hasta el inicio de la misión, así se encuentra, sentada a mi lado, totalmente esposada. Mató a su sargento en misión, está condenada y fuera del cuerpo. No me lo pienso dos veces. Le toco un pecho. Me da un cabezazo. Le planto un beso. Me muerde el labio. Sangro profusamente por nariz y boca. Soy el payaso triste.

Llega un camión penitenciario del que bajan los otros dos miembros que faltan de la misión: Fernando Méndez, encerrado por estrangular a su mujer hasta provocarle la muerte, él se auspicia en las prácticas de unas novelas que están de moda, en las que una oficinista se deja hacer. Lectura para imbéciles y cretinos, de eso no cabe la menor duda. Tras él se baja del vehículo un negro gigante, tiene las manos esposadas entre sí, y estas a los pies, los pies a una argolla del suelo del furgón, un policía lo sujeta por cada brazo, lleva una especie de collarín para no dar cabezazos. Sólo el estómago de este tío debe ser de mis dimensiones, seguro que puede digerirme entero.

Le informan de que soy su superior, que debe respetarme. En señal de afecto me guiña un ojo mientras se humedece los labios. No le doy demasiada importancia hasta que leo en su informe que está condenado a la silla eléctrica por violación. Y no de mujeres. El último hombre al que violó en las calles acabó con el estómago reventado. Que nosotros seamos el equipo de expertos da qué pensar. Cualquiera diría que nos mandan a nuestra suerte. Pero cada uno de nosotros lleva instalada una cámara en el ojo derecho, en una lentilla transparente. Una serie de repetidores repartidos por el espacio enviarán por vídeo todo lo que veamos, esto será analizado por la Federación. Me siento seguro.

El representante de la Federación nos soltó la última chapa antes de partir a enfrentar nuestro destino:
— Veo que ya están todos reunidos. El nombre en clave de la misión es “Doble Rey”, por petición de Rex. Recuerden que él es quien está al mando. Su misión, como se les informó, es la de establecerse y sobrevivir en XI-004681, planeta perfecto para la preservación del ser humano. Por medio de las cámaras que tienen instaladas, así como por los medidores de sus trajes, podremos ver y entender en todo momento lo que ven y lo que sienten. ¿Alguna pregunta?

— ¿Por qué nos comanda ese imbécil?
Chomelo y yo no hemos empezado de la mejor de las maneras.

— ¿Qué experiencia tiene en batalla? He servido en más de una guerra intergaláctica, ¿puede asegurar él lo mismo?

— No. Pero contamos con su ayuda, como segunda al mando, para que la misión tenga éxito. Es una orden, ¿de acuerdo, teniente?

— De acuerdo.

Un técnico nos explica detalles sobre el planeta, así como algunas cosas sobre el funcionamiento de la nave. Chomelo será la piloto, Méndez sabe de maquinaria, su misión es la de conseguir reparar fallos menores de la sala de máquinas. Sondo, el gigante negro, habla poco y parece tranquilo, lo suyo es la cocina. Curiosidad sobre su informe: para protegerme, le han puesto un nanosensor en las gónadas. En el momento en el que aproxime el miembro viril a un orificio con restos fecales, el nanosensor se pondrá en funcionamiento, marchitando los testículos del gigante negro. No creo que vaya a intentar hacer nada. Se está jugando la integridad de sus pelotas. En serio.

Una vez pasada la cuenta atrás, despegamos del suelo. Se iluminan gran cantidad de mandos, pilotos y luces en el panel, Chomelo sabe lo que se hace. Al parecer debe enseñarme a manejar todo esto, por si acaba pasándole algo, para preservar la misión, pero cruzamos unas palabras al respecto:
— ¿Y cuál dices que es el botón de “despeguemos el culo del suelo”? ¿Y esa palanca roja que hace? ¿Si quiero encenderme un cigarrillo cuál es el encendedor?

— Déjame hacer mi trabajo, imbécil. La palanca roja no debe tocarse nunca. La nave lleva equipado un rayo desintegrador, se acciona con la palanca, pero debes ajustar los controles manualmente… ¡Que te jodan! Si tanto te interesa, tienes un manual justo ahí. – dice Chomelo señalando mi panel de segundo a bordo.

Me decido por levantar el libro de su posición, hasta que soy consciente de las dimensiones del amigo. La última página es la 2047. “Que se lo lea su puta madre”, pienso. Pero no digo nada para que no me rompa la nariz.

— Rex, deja que Chomelita se encargue, pues. Será mejor que no nos metamos con las mujeres de la misión. – me recrimina Méndez.

Pluraliza, lo que me llama la atención:
— ¿Mujeres? ¿Acaso eres…? Fernando es nombre de tío, ¿no?

— ¡Ay, no joda, vale! ¡Hablo de mi mujer! ¡Quién si no!

— ¿Tú mujer? ¿Cómo? ¿Qué? ¿Está hecha de aire?

Recuerdo que en el informe decía que la había matado con sus propias manos, estrangulándola.
— Algo parecido, patrón. Uno, pues, la mató bien matada. Pero es que nuestro amor no tiene barreras, ¿sabe? Está justo aquí, entre nosotros. Le agradece que me haya incluido en la misión, compadre. Es usted un buen hombre, patrón. ¿Quiere que haga algo?

El cabrón está completamente loco, quiero quitármelo de encima cuanto antes.
— Ve a la sala de máquinas y ajusta todo bien… Que no haya nada suelto y eso, ya sabes. Cables y engranajes…

— ¡Ay patrón, qué chistoso! ¡Engranajes! ¡Krakrakrakra! – dice justo antes de irse.
Cuando ríe lo hace con ímpetu, parece que se rompe algo en su interior, tiene una risa extraña. Risa de loco.

El planeta en cuestión está a años luz de nuestra posición, por suerte para todos, mientras nos internamos en la inmensidad del espacio, un equipo establecido en Plutón, ese pequeño pedazo de roca, otrora planeta, analiza nuestro destino, buscando una posición exacta de la envergadura de nuestra nave para que podamos teletransportarnos. Lo jodido de los saltos en el espacio es pasar a ocupar una posición que ya estuviera siendo ocupado por materia. Si tienes suerte, tras el salto pueden faltarte unos pelos de la cabeza, o un pedazo de dedo. Pero en el peor de los casos, pasarás a tener cuentas espaciales en el riñón. Y no creo que sea agradable mear piedrecitas estelares. Nunca he realizado un salto espacial, tengo la piel de gallina. Necesito echarme un pitillo.

Lo que me jode realmente de la nave es no poder fumar donde quiera, hay únicamente un par de habitaciones habilitadas para ello, y se encuentran algo retiradas de mi habitación.Decido encenderme un pitillo, lo jodido es que no tengo mechero u holograma flamígero, el único para tales propósitos se encuentra en el panel de control de la nave. Hay otro en la cocina, pero lo descarto totalmente, no quiero coincidir con Sondo. Le doy un par de vueltas a la cuestión, no aguanto el mono, decido arriesgarme e ir a la cocina.

Me recibe la mole de músculos azabache. Una cosa que no deja de sorprenderme es la capacidad que tiene para apretar el entrecejo, no ha sonreído desde que subimos a la nave. Le miro a los ojos.
— Hey, Sondo, ¿tienes fuego?

— Claro, jefe, tengo una buena mecha justo aquí. – dice mientras se señala la entrepierna.
Se me cae el cigarrillo que tenía en la boca, se estampa contra el suelo. El gorila me hace un barrido con la pierna y caigo junto al cigarrillo. Me incorpora sobre las rodillas y se saca el miembro viril, me lo pasa por la cara y me obliga a metérmelo en la boca. Me caen lágrimas sin parar por ambos lados de la cara. Cuando termina me quedo temblando en el suelo. Creo que no volveré a tomar leche nunca más. Mientras sale de la cocina, me dice:

— Y mañana, más. Jefe.

Tras el salto, nos encontramos a un día de viaje, los motores están a todo trapo, Fernando no puede separarse de la sala de máquinas; a veces se escuchan gemidos desde allí. Cuando le pregunto me dice que su mujer es latinoamericana, como él, que es fogosa, como él, que no deja de tener ganas, como él, que está muy viva, como él. Yo pienso que es una fantasma, como él. No me jodas.

Desde el salto espacial de ayer, no he vuelto a ver al gigante negro, he decidido no coincidir con él por todos los medios. La mandíbula me duele a rabiar, el cabrón debió dármela de sí o algo. Cuando terminan de comer, me cuelo en el almacén o me preparo algo cuando no está el gorila, desde ayer no he ido al baño, y saltándome todos los protocolos de preservación alimenticia, racionamiento y esas mierdas, me he comido todo lo que se ha puesto en mi camino. Mi estómago está a rebosar de comida digerida, pugna por salir de mis tripas. Pero yo estoy haciendo tiempo. Decido no ir al baño hasta que llega a mi habitación un mensaje de cocina: “Jefe. Hora de comer”.

Me presento en cocina, un sudor frío se acumula en mi frente, siento arcadas y el aliento me huele a mierda. Literalmente. Tras vaciar el contenido de mis intestinos en el baño, he decidido enjuagarme la boca con un pequeño chupito de deposiciones y orines. He vomitado un par de veces, pero confío en que hayan quedado restos en mi boca. Una persona normal temería una infección. Yo, en la situación en la que me encuentro, temo que este negro cabrón me haga tragarme las amígdalas.

— Muy bien, jefe. Muy bien. — dice el jodido negro violador, mientras saca a relucir su anaconda. —. Abre la boca…

Suena un mensaje por radiofonía que se escucha en cada sala de la nave, cocina incluida: “Descendiendo al planeta. Estaremos allí en unas horas. Rex, deberías estar aquí, memo”. De rodillas, humillado, no puedo reprimir una sonrisa cuando Sondo procede a tocar mis labios con su miembro.

— Hijo de… — no acaba la frase. Cae al suelo agarrándose la entrepierna.

— Jefe malo, eh, negro cabrón. — digo orgulloso.

Le dejo retorciéndose mientras salgo de la cocina con un refresco en la mano. Antes de tomar el primer trago recuerdo lo que he tenido que hacer. Mejor me limpio la boca a conciencia antes. Sí, he tenido que chupar una polla. Pero no me he sometido a ella. En mi recuerdo permanecerá cada una de esas jodidas venas, pero he sabido ponerle fin. Ni traumas, ni mierdas. He hecho lo que un hombre tenía que hacer, me he comido la polla que me tocaba. Una y no más.

Soy más hombre que muchos, pienso.

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