lunes, 1 de febrero de 2016

Capítulo 1: Me parece cojonudo

Según la nueva normativa, en este nuestro año 3.257 del Señor, se ha restringido la experimentación voluntaria con fármacos, así como la experimentación con productos experimentales terrestres o alienígenas a cinco. Es decir, me han cortado el grifo. Estoy jodido. Por mis venas han pasado gran número de estos fármacos y productos. Hay gente que lo consideraría una filosofía de vida, pero es que en mi caso era mi forma de conseguir dinero para llevarme algo a la boca. Joder, mi estómago fue el primero en digerir un melocotón de la galaxia Enana Flora, con ese nombre uno esperaría algo más que la mierda que tuve que digerir: recuerdo cómo tiempo después de comerla empecé a oír llantos en mi estómago, me obligué a vomitar y el fruto a medio digerir salió corriendo por mi apartamento tapándose los ojos mientras lloraba. Al final resultó que el planeta Huebo II contaba con una toxina atmosférica que, unida a la composición de su superficie, hizo del planeta una zona perfecta para plantar opiáceos, joder, puedes plantar una lechuga en ese planeta, y te dará un cuelgue más bestia que el de 10 viales de kush. Gracias a mi estómago y a mi experiencia con la fruta de ese planeta, he conseguido dispersar a los camellos de la droga por lo ancho de la galaxia, lejos de la Tierra. Mierda, me siento orgulloso de mi trabajo. ¿Y ahora qué? Me cortan el grifo, y no hay más… ¿Un máximo de cinco experimentaciones por humano? Jodida burocracia, que dejen que me ensucie el cuerpo todo lo que quiera, libre albedrío y esa mierda, ¿no? En cada jodido planeta hay mujeres que venden su cuerpo, ¿no? ¡Cojones! Pero si incluso leí el otro día en los foros que en el meteorito TX-D que se dirigía inexorable hacia Marte, para borrarlo del mapa cósmico, había una colonia de prostitutas alienígenas, ¡no me jodas! Y yo sin poder seguir experimentando con mi cuerpo, porque con mis actuales ciento sesenta y cuatro pruebas, imagino que me paso un poquito bastante de los márgenes establecidos por esta nueva normativa.

Recibes un sobre con un documento “(…)Entienda que lo hacemos no sólo por su seguridad individual, sino por las posibles consecuencias al resto(…)”, no te crees la mierda que estás leyendo, “(…)Sabemos lo difícil que habrá de ser para usted, y por ello hemos decidido ayudarle económicamente(…)”. Unos cuantos cientos de miles que me he fundido en los tres últimos meses, y ya se han lavado las manos. Aparecí en los telediarios e incluso me hicieron una entrevista, al parecer soy el ser humano sobre el que más productos se han experimentado, no es que me sienta orgulloso de mí mismo, pero mi padre murió cambiándole el percutor de plasma a un pecio espacial cuando le explotó en la cara. Hijo de un mecánico sin estudios, ¿a dónde pretendía el viejo que llegara? La verdadera culpa de todo esto es de las prostitutas venusinas, diosas hechas mujer, con lo que me he gastado en los últimos meses con ellas me podría haber comprado un puto terreno en algún planeta de mierda, en el que poder masturbarme en paz, estar en calzoncillos, “no-pises-mi-puto-jardín” y toda esa mierda de abuelo, pero no, encima me pegan el puto acento, por no haber utilizado protección. Me siento gilipollas.

Por equivocación llega a mi piso el periódico del vecino de al lado, como si alguien de mi edad fuera a leer algo escrito sobre un jodido trozo de papel. No puede ser normal enterarse de las noticias sobre el mismo material con el que retiras las trazas de mierda del culo. Se me cae algo de leche procesada de krul sobre la mesa y utilizo las primeras páginas del periódico para secar un poco esta, debo recordar comprar algo de papel cuando haga la compra. Mastico mis hidratos de carbono aderezados con miel mientras echo un vistazo a las hojas que quedan, en una de las páginas de contactos veo un anuncio de fondo azul con letras blancas: “¿No sabe qué hacer? ¿Cree estar perdiendo un tiempo vital? ¿Le gustaría realizar grandes cosas? ¡Nos interesa!”. El anuncio está acompañado por un código de establecimiento, enciendo mi antena telefónica y tecleo el código. No creo ser capaz de hacer nada grande, hace diez minutos me masturbaba por tercera vez en la mañana, pero coño, de algún sitio tendré que sacar dinero, ¿no?

La chica que responde al teléfono no deja de sorprenderse por mi llamada, me reconoce.Podría decirse que me he hecho algo conocido en este estanque fecal de residuos llamado planeta Tierra, la gente con dinero o estudios se asienta en Marte o Neptuno, yo nunca he salido de aquí, súmale a eso vivir en España Norte, República bananera de tercera. Con la nueva normativa cayeron sobre mí gran cantidad de ofertas televisivas, joder, incluso me ofrecieron rodar una película sobre mi vida: había superado el centenar de pruebas sobre mi cuerpo, era una historia interesante que contar. Pero todo se fue a la mierda cuando descubrieron a Math Gleck, un jodido imbécil con síndrome de Down que era el segundo en la lista, apenas llegaba a las 50 pruebas sobre su cuerpo, pero… Es tontito y eso. Bueno, de tontito los cojones, en una entrevista que nos hicieron a ambos yo dije que hacía esto para ganarme la vida. El cabrón se marcó un triple diciendo que lo hacía por el bienestar de nuestra sociedad, ayudar al avance de la tecnología y la medicina, que él ya vivía del dinero recibido por el Gobierno… En resumen, me dieron una patada en el culo y me vi reducido a aparecer en un periódico nacional y una entrevista por radio, ¿quién coño escucha la radio? ¿Los ciegos? Venga, no me jodas… Pues eso, que la secretaria que atiende el teléfono me reconoce, tiene la voz dulce como el sudor de una golosina, me la imagino tocándose el pelo, con las tetas combatiendo entre sí por un poco de aire respirable tras la gigante barrera de tela llamada sujetador.

— ¿Está entonces interesado en la oferta del periódico, señor Rex? – me pregunta la secretaria.
Abro mi cremallera mientras empiezo a acariciarme el pene con dos dedos, la cabrona me pone caliente.

— Sí… Exacto… Me interesa… Suena bien… Muy interesante… Y todo eso…
Piloto automático. Los tíos somos incapaces de hacer dos cosas a la vez, y la erección de mis pantalones no es algo a lo que vaya a renunciar tan fácilmente.
— Ya veo… - se ha dado cuenta pero no le molesta, seguro que está mojando. — ¿Podría pasarse ahora mismo por nuestras oficinas?

— Sí… No veo problema… Ahora salgo…

Estoy a muy poco, noto mi semilla a punto de explotar a borbotones, repito que no la oigo muy bien. Insisto e insisto. Ella no deja de repetir:

— ¿Señor Rex? ¿Señor Rex? ¿Sigue ahí? ¿Señor Rex? – me encanta que las muy zorras digan mi nombre antes de correrme. Descargo sobre los pantalones, cuelgo la llamada, creo que pediré una pizza cuatro quesos, necesito recargar fluidos.

Ocho porciones y tres cervezas después, el sonido de una llamada me despierta de mi letargo. Es la secretaria de antes preguntando si tardaré mucho en llegar, que hace un par de horas desde nuestra llamada, me invento que he tenido un problema doméstico, me visto con lo primero que pillo y salgo a la calle. La puerta de mi apartamento es una puta mierda, es analógica, como las de todo el edificio, a la puta vieja usanza, tiene unos muelle-resortes para que no puedas dar un portazo, si lo intentas, la sacudida que te devuelve bien equivaldría al guantazo de una madre. Estos muelles hacen de resistencia, tengo que hacer mucha fuerza cuando salgo para que se mantenga cerrada. Cierro la puerta, el pomo estaba húmedo, tengo la mano empapada, me la limpio en el pantalón. Alguien viene corriendo desde el pasillo y me suelta una sonora colleja, cuando me repongo ya se ha ido. Me hago el digno. Oigo risas en las escaleras. Salgo a la calle.

Decido darme prisa y por ello utilizo una cabina transportadora, en cinco minutos me encuentro ante las oficinas de la Confederación Américo-Cosaca. Las instalaciones son la hostia, desde que dejaran de ser la NASA, eso de abrir sucursal en cada país está de la hostia. Se encuentra situado entre un sitio de masajes tailandeses y un restaurante mexicano, sin lugar a dudas, en esta acera se contemplan todas las culturas, está estratégicamente seleccionado, eso fijo. Me recibe un tipo de traje muy agradable, se deshace en halagos, le parece increíble que siga vivo después de tantas pruebas sobre mi cuerpo, saca de una carpeta mi informe, papel de mierda de nuevo. Veo una foto mía de un día de fiesta en el que acabé enrollándome con una farola entre sus hojas, el departamento de inteligencia de estos tíos sabe hacer su trabajo, eso fijo. Le acompaño por un pasillo cuando escucho la voz del teléfono. Al girarme veo a la secretaria que me atendió, a mi cabeza viene el fragmento de un documental que veía el otro día comiendo:

(…) Preparada para las duras condiciones de su hábitat, la morsa marina consume gran cantidad de alimento, el suficiente como para poder mantener unos niveles de grasa elevados que preserven su temperatura corporal del frío. (…)

Aguanto un reflejo de vómito, desde luego que mientras hablábamos estaba mojando: un par de manchas parduscas descienden por su camisa bajo los sobacos. Con la luz de la oficina impactándole el rostro puede apreciarse cómo despuntan unos pelos de su barbilla, negros y duros, varoniles, propiedad del más grande de los machos alfa de una tribu de gorilas. Sus piernas cuentan con la suficiente cantidad de bultos convexos fruto de la piel de naranja y la celulitis como para tratarse de la superficie de un nuevo asteroide. Mis pantalones palpitan, el pene se me hace más pequeño, apunta hacia mi cara, mi pene me mira, encojo los hombros, siento hacerle pasar por esto.

El hombre de traje me dice por tercera vez su nombre para que deje de llamarle “tío”. Vuelvo a no hacerle caso al dirigirme a él de nuevo. Sigo tuteándole. Frunce el ceño y en cuanto puede me encasqueta a otro compañero, este, un hombre de color. Respeto mucho a las personas de dermis tan oscura, la supremacía de sus miembros viriles me obligan a pensar en duchas rodeadas por una atmósfera de vapores, jabones en el suelo, y la imposibilidad de salir andando por mi pie. Visualizo medio kilo de longaniza sobre una mesa, en vez de una silla convencional, una de ruedas, creo se entiende por donde voy. Se llama Isaías, poco más que añadir.

Llegamos a un gran despacho lleno de sillas en torno a una mesa. Aquí es donde reclinan sus culos los mandamases de la Federación, puedo llegar a intuir la marca del roce de sus testículos en la base, y la de sus nucas en el reposa cabezas. En el suelo, justo frente a cada silla, bajo la mesa, las marcas de las rodillas de las secretarias. Llevar al mundo a un futuro mejor será muy cansado, esas secretarias saben lo que deben hacer. El negrito se detiene de súbito, interrumpo mis cavilaciones, me hacen esperar sentado a una silla. Me aburre la espera. Me apetece masturbarme. No puedo, estoy en una instalación importante, no deja de pasar gente delante de mí. Tengo una erección. No es bueno pensar en ello. Gana centímetros, mis 12 cm de masculinidad pugnan por conquistar nuevas hembras. Se acerca una mujer, me llama por mi nombre, no sé qué hacer, me levanto de súbito y le doy un abrazo. Nota que algo le pincha a la altura del estómago, aprovecho el movimiento para meterme la mano en el pantalón y ladear a mi amigo. Ha sido un éxito. Necesito este trabajo. Una vez en el despacho, la entrevista es tal que así:

— DovelRex, la persona que más sustancias experimentales ha probado. ¿Conoce cuál es el puesto de trabajo para el que es requerido?

   Ha de ser cosa de la temperatura del sitio, mi pene parece un repetidor de señal, espera el momento en que pueda verter su contenido en un orificio femenino. Aprieto las piernas, aprisiono mis testículos entre los muslos. Duele. Ella me mira fijamente, ha debido preguntarme algo, no sé qué responder. Sí, es cosa del calor, sus pezones se ven a través de su blusa. Igual ella está tan caliente como yo. Puede que no sepa que tiene un vigoroso aparato con el que jugar justo al otro lado de la mesa. Sutilmente me saco el miembro, igual se calma un poco si le da el aire. No está bien que piense en esto. Aprieto más los muslos. Duele. Duele. Duele mucho. Se me escapa una lágrima.

— ¿Se encuentra bien? – su tono contrariado termina con toda la tensión sexual del ambiente. — ¿Por qué ha decidido trabajar con nosotros?

Esta es fácil:

— Es una gran oportunidad para mí. No tendré otra así jamás. Le vendría bien a mi currículum haber trabajado con ustedes. ¿En qué consiste el trabajo?

— La misión es algo compleja, pero sencilla. Irá acompañado de un equipo preparado con los más valiosos profesionales, su función será la de liderarles, pues es la única persona que ha respondido al anuncio de forma totalmente voluntaria. El equipo que le acompaña ha sido seleccionado según su perfil. Por lo que vemos no tiene familiares directos y no le importa viajar fuera de nuestra galaxia…

Desconecto mentalmente. Oigo palabras como peligros, misión, duración. Nada importa. Ha dicho que saldré de la galaxia. Quiero que se calle de una vez para poder firmar. Es entonces cuando añade:

— Y el sueldo será de 10.000 dólares federales al mes. ¿Qué le parece?

Nuevas lágrimas se forman en mis ojos, en parte debido a la presión de mis piernas. Pero más concretamente por lo que acaba de decirme. Podré salir de este pozo infeccioso de mierda, conocer el Universo, liderar a un grupo de personas… Y juntar dinero… ¡Mucho dinero! Podré vivir dentro de los prostíbulos y no dejar de dar caña. Es el mejor momento de mi vida. Fotografiadme y añadid una foto de esta sonrisa junto a la definición de felicidad en los diccionarios del mundo. La efusividad que me envuelve me hace incorporarme y tenderle la mano, mi erección eleva un taco de hojas que había sobre el escritorio, si ha visto algo, no hace notarlo. Exclamo feliz:

— Me parece cojonudo.



Ya tengo trabajo. Y es mejor que el tuyo.

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