lunes, 22 de febrero de 2016

Capítulo 3: Traductor salvaje

     El aterrizaje tuvo lugar mientras el regusto de mi boca seguía siendo asquerosamente marrón. A la hora de desembarcar, Chomelo dirigió su voluptuoso cuerpo hacia mí para acariciarme la cara con una mano mientras me decía lo mucho que se había equivocado conmigo. Calmé sus palabras diciéndole que no se preocupara, me pasaba a menudo, la gente parecía incapaz de entender mi superioridad en un primer vistazo. Mientras los latidos de mi cuerpo bombeaban sangre hacia mi entrepierna, fui consciente del movimiento de la suya, formando una L parecía echarla hacia atrás con otro fin distinto al real, que no fue otro que estampar su femenina rodilla depilada contra mi peluda y descuidada entrepierna.

     - Entérate de quién está al mando, memo. - grita mientras me desplomo. - La próxima vez que descendiendo a un planeta me toques el culo, te corto la mano.

     Pienso en la posibilidad de reprenderle algo, pero tiene razón, la cabina de descenso era muy ajustada y no podía ver lo que hacía. En su inocencia piensa que fueron mis dedos quienes pudieron disfrutar de sus lustrosas posaderas, cuando fue mi apéndice de carne quien hacía de las suyas.




     Nos encontrábamos en la superficie del planeta, que era completamente verde. Y lo digo literalmente. La industria no había tocado estos verdes pastos, cómo sí que había hecho en nuestro planeta natal. De hecho, me atrevo a ir un paso más allá, todo lo que se extendía ante mis ojos era demasiado verde. El olor a tierra mojada bajo el Sol abrasador que nos cubría no tenía demasiado sentido, mis sentidos se encontraban algo embotados, como cuando intentas subir las escaleras borracho: sientes que hay algo en el conjunto que no encaja. Tú. Únicamente había estado en el campo en una ocasión, cuando de pequeño me habían llevado a Zamora, la única de las antiguas ciudades que se mantiene como antes porque a nadie le importa. La industria no floreció nunca, siempre se trató de un pueblo grande que se mantuvo al margen del resto del país. Uno de mis primeros recuerdos allí es el de ver pastos verdes, nada de recreación digitalizada como en las zonas verdes de las grandes ciudades, sino plantas de verdad. Recuerdo dejarme caer sobre el césped y notar la humedad del mismo. Así como picores, insectos que subían por sus tallos y un agrio olor a deposiciones de cuadrúpedo bovino. Aquí, en este planeta, no había nada de eso. Según los reportes de Matt Michaels, el científico que viniera con la bióloga en la primera misión, lo único que llegaron a encontrar fueron pequeños roedores, lo que ninguno de los dos terminó de entender, pues no parecían formar parte de ninguna cadena evolutiva: no encontraron miembros de esta cadena evolutiva superiores ni inferiores. Lo que me hace preguntarme si este planeta no es de mentira.

     Nos encontramos en la pequeña base científica del primer grupo que vino al planeta. Mientras mi equipo rastrea las instalaciones en busca de algo que pueda informarles sobre el destino de la pareja de científicos, yo me encuentro conectado al ordenador que utilizaban para sus investigaciones. No dejo de preguntarme qué harían dos personas con un potente equipo informático aislados en un planeta solitario. No puedo ser la única persona que piense en liberales y primitivas sesiones de sexo animal grabadas por la cámara del equipo informático, por lo que navego por los directorios de carpetas, intentando obtener ese pequeño fragmento de éxtasis en formato vídeo, pero no tengo suerte. En su lugar encuentro unos documentos en los que ambos miembros del equipo hablan y desarrollan sus versiones sobre la creación de este planeta tan parecido al nuestro. Ellos también le dan bastante importancia al hecho de que no parece ser que existan exponentes superiores en la cadena evolutiva que parece estar enteramente formada por estos roedores. Me siento científico. Fuera empieza a clarear el día, por lo que reúno el valor suficiente para salir, pese a sentir pavor por ratas y demás tipos de roedores.


No entiendo sus miradas incrédulas cuando miran hacia el cielo y no ven la enorme masa de tierra que yo sí que percibo, el cielo se encuentra completamente cubierto por la superficie de otro planeta mayor, que parece dispuesto a estrellarse con nosotros. Lo más alarmante de todo es que una enorme nave se acerca hacia nuestra posición, y aunque la señalo con el brazo, ellos no son capaces de verla.

     - Estáis de coña. – grito, mientras la enorme nave se posa sobre el suelo a 100 metros nuestros.

     - Ya está bien, memo, no has dejado de decir gilipolleces desde que empezamos con la misión. Sondo, átale.

     Pero el gigante de piel moreno no mueve un solo músculo, no deja de mirar al suelo mientras el sudor forma perlas sobre su frente. Tengo dominado al cabrón.
     - Sondo, ¡es una orden directa!

     - Déjate de polladas ya, cojones, una nave acaba de aterrizar.

     - Patrón, pues no se ofenda, pero pues no suelta más que majaderías sin sentido. Cállese, no más.

     Una rampa desciende de la nave hasta tocar tierra y un siseo despliega una cortina de humo a partir de la nave. Vienen hacia nosotros. Veo leones que se aproximan hacia nosotros, con armaduras brillantes y melenas doradas que brillan bajo la atenta mirada de la noche, pienso en maullarles como señal de paz, pero caigo en un sueño inesquivable.


Lo próximo que sé es que me encuentro en una celda de un material extraño similar al cemento, pero de una textura terrosa, a mi lado se encuentra el técnico de la sala de máquinas.
     - Patrón, ¿cómo se encuentra?
     - Bien, joder, bien, deja de tocarme. – el cabrón no deja de palparme el cuerpo con las manos, como si se cerciorarse de que no me falta ninguna parte del mismo.
     - ¿Ha visto a los leones, compadre? Pudieron reducir a Sondo, son bien fuertes, patrón.
     - ¿Leones? ¿Cómo dices?

     Recuerdo a los leones bípedos que me pareció ver justo antes de desmallarme. Y no me da tiempo a descartar tales recuerdos, pues justo frente a mí, a través de unos rústicos y oxidados barrotes, puedo ver a nuestro celador. Debe rondar los dos metros de altura y parece corpulento, una enorme armadura brillante rodea su cuerpo. Desde nuestra perspectiva podemos ver cómo se apoya sobre una columna y extiende un enorme y macizo pene por el que orina en cantidad. Más allá de la sorpresa inicial que pueda imprimir este hecho debo añadir que segundos después, mientras continúa orinando, mete la mano en sus zonas erógenas, para sacar otro miembro igual que el anterior. La cascada de orín es ahora doble. Entre las dos piezas de la armadura cae una cola, similar a la de los extintos leones terrestres. Bajo nuestro voyeur escrutinio, nuestro celador parece notar un ligero cosquilleo en una de las tres colas, pues gira instantáneamente la cabeza y nos descubre comtemplando en silencio su momento de intimidad.

     - Terrícolas de mierda, pienso destruiros con mis jodidas manos - ruge hacia nosotros.

     Mientras le enorme masa de músculo y metal encamina su cuerpo hacia nuestra posición, añade:

     - Y tenemos una jodida terrícola con la que poder experimentar, estamos de suerte.

     Cambia su rumbo hacia la celda contigua desde donde me llegan unas voces que interpreto a los pocos segundos.

     - Tócame un puto pelo de la cabeza, gatito de los cojones y te hago tragarte los colmillos.

     La forma que tiene de imprimir dureza en sus palabras me enamora, me encanta sentirla enfadada, me encuentro fantaseando durante unos segundos lo cojonudo que debe ser oírla gemir.

     - Empecemos por cerrarle la boca a esa puta. - ruge de nuevo, mientras se acerca a unas brasas de donde saca un hierro con punta en forma de “equis”.

     - Te voy a marcar zorra, serás propiedad de Xultor el celador. Y después continuaré marcando a tus amigos por todo el cuerpo, hasta que lloréis suplicando.

     El león se encuentra cada vez más cerca de la celda de Chomelo, no puedo permitirlo, por lo que antes de que pueda llevar a cabo su plan, respondo rugiendo:

     - Y una polla que te comas, gatito maricón.

     Xultor, el Celador de Dos Pollas deja caer la barra de hierro al rojo sobre el suelo empedrado y se queda mirándome.

     - ¿Qué? ¿Cómo es...? ¿Qué has dicho...?

     - Que si la tocas, te meteré ese hierro al rojo por el culo, sarasa.

     El león bípedo deja caer las orejas hacia atrás y pierde el brillo de los ojos, empieza a caminar en retirada con pasos torpes cuando pisa el hierro al rojo y llena el vacío de la sala con un rugido. Sale cojeando de la estancia tras dar un portazo y me doy cuenta de que mi compañero de celda me mira con los ojos abiertos como platos.

     - ¿Y a ti qué te pica, tío?

     - Patrón, ¿su madre era un gato, nomás?

     - ¿Pero con qué mierda me sales? ¿Qué me estás contando?

     Desde la celda contigua Chomelo me saca de dudas.

     - Rex... Acabas... Acabas de ladrar en su idioma. ¿No es cierto Sondo?

     - ....

     - ¿Sondo?

     El negro castrati debe estar con Chomelo, pero sigue sin hablar, tengo a ralla al cabrón. En cualquier caso me molesta la mala suerte que tengo, podría estar compartiendo celda con ella.

     - Ah, eso... Sí, puede ser. De todas formas, es rugir, no ladrar. - respondo.

     - ¿Cómo que puede ser, memo? ¿Cómo cojones sabes ladrar en su idioma?

     - Por última vez, es rugir, y el idioma es el leonino, habla con propiedad, ¿quieres?

     - Pero serás subnormal, memo. ¿Ahora me dirás que estudiaste leonino? Es la primera vez que lo oigo, joder, te lo estás inventando.

     Resoplo sin fuerzas, no me gusta hablar del tema, pero no deja de ser mi tripulación, imagino que les debo algún tipo de explicación.

     - ¿Leísteis en mi informe algo que os llamara la atención?

     - A priori que no seas subnormal profundo, no decía nada al respecto en tu informe.

     Sonrío mientras cierro los ojos, la verdad es que me ha hecho gracia.

     - Y sí... Todos leímos lo de las pruebas que hicieron por tu cuerpo, ¿por qué?

     - Es una larga historia, pero, podría decirse que tengo... Poderes. Bueno, habilidades, realmente.

     El silencio que se forma al decir esto se rompe cuando las risas de Chomelo y el maquinista empiezan a darme dolor de cabeza. No deben creerse lo que les digo, decido matizar:

     - Cuando decides someterte a uno de estos pequeños experimentos te hablan sobre los posibles efectos secundarios de estos, nada que temer, en la mayoría de los casos son manchas en la piel, extreñimiento, o dolor de cabeza, pero claro, tras cada prueba se van intensificando, además, la mitad de las pruebas que me realicé las hice con documentación falsa o por lo privado.

     - Oye memo, ¿nos estás diciendo que llevas más de ciento sesenta y cuatro pruebas en el cuerpo?

     Río con sarna, a la gente le suele extrañar que me ganara la vida con esto, pero si lo conseguí, fue por meterme más mierda que un ciclista de competición.

     - Y de trescientas, cariño.

     - ¿Y qué habilidades tienes? - pregunta curiosa, y me encanta el hecho de que no le moleste que la haya llamado cariño hace un momento.

     - Pues no lo sé ni yo, la verdad. Por triste que suene, se intensifican en situaciones jodidas, es cuando me doy cuenta de que puedo llegar más allá que los demás.

     - ¿Como cuando estás en peligro de muerte?

     - No lo sé, la verdad. Más bien me refería a situaciones jodidas, como cuando tienes el estómago a rebosar de mierda y hay una cola de 15 personas para entrar al baño, controlo el esfínter y puedo estar incluso semanas si me olvido. También soy capaz de aguantar la eyaculación mientras tenga los ojos cerrados, más allá de eso...

     - Que te jodan, memo, no necesitábamos ese tipo de detalles.

     - Órale, bien chidas sus habilidades, patrón, no haga caso de Chomelita.

     Empieza a dolerme la cabeza, por lo que voy hacia la cama y me siento sobre ella. Parece que todos hayamos hecho voto de silencio, y no tiene pinta de que vaya a venir ningún otro felino a vernos, desde la ventana puedo ver el planeta artificial en el que nos cazaron a lo lejos, ocupando parte del cielo. Hemos sido capturados por una raza minina de varones con dos penes que pretenden marcarnos con un hierro candente como a reses, vaya un día de mierda, ¿no? Pero bueno, que se encargue de eso el Dovel Rex de mañana, lo importante es que del otro lado de la pared escucho su voz mientras se tumba en la cama de pieles, interpreto que una pared separa nuestras camas, pero que más allá de eso, estamos durmiendo juntos, casi tocándonos, aprieto los puños con fuerza y golpeo la pared con un golpe seco, esperando poder tirarla y poder abrazarla a ella, visualizo que puedo tirar la pared, pero no consigo más que un raspón en los nudillos. Mis habilidades no funcionan así, por desgracia.


     Joder, no sé cómo coño funcionan.

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