Hay muchas formas de despertar en medio de la noche, unas siempre más agradables que otras, pero imagino que sólo hay una forma de despertar si te encuentras en un planeta poblado por leones bípedos de dos rabos, lejos de lo que llamabas hogar, encerrado en una celda a solas con otro hombre. Por ello no termino de entender por qué me sorprendió tanto el sentir una mano cariñosa y juguetona que masajeaba mis pelotas mientras descargas de placer helado recorrían mi sistema nervioso: una húmeda y cálida lengua hacía de las suyas sobre el lóbulo de mi oreja izquierda. No había otra forma de despertar posible en un sitio como este, pero eso era algo que yo todavía no había entendido.
- ¡Quita, julai! ¿Se puede saber qué cojones haces? - Me basta un giro sobre mí mismo y una patada en la cadera para hacer caer al maquinista sobre el suelo.
- ¿Cómo dice, patrón? Yo no hice nadita, pues, no le entiendo.